Los comedores sociales empiezan a recibir a familias ahogadas por la hipoteca y el paro.
La inopinable crisis económica ha obligado a muchos ciudadanos a apretarse el cinturón, de manera que tengan que prescindir de algunos caprichos adquiridos casi como costumbres durante los años de bonanza: como quitarse del café de la mañana en el bar, para tomarlo en casa, o recurrir a las rebajas en lugar de la ropa de temporada, el almuerzo de fin de semana o a nuestro pesar, comprar el periódico todos los días. Sin embargo existe una cara más amarga, que la representan aquellos a los que la crisis les ha privado incluso la capacidad de pagar los recibos de la luz, del agua o incluso, para asumir todos esos gastos anteriores, reducir la cantidad de comida en el plato cada día. Se trata de un rostro menos visible, aparentemente minoritario, aunque por desgracia no es un sector de la población pequeño y además tiende a crecer con la nueva situación económica.
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